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martes, 5 de mayo de 2009

El caso de Natalia, ama de casa en un barrio cerrado

Hoy conocí la historia de Natalia, una mujer de 30 y pico, con hijos de 8, 5 y 1 año, que vive con ellos y su marido en un barrio cerrado de zona sur. Me pareció muy interesante, porque la descripción de un día en la vida de ella dista bastante de las imágenes de “disfrute de la naturaleza” y “mejor calidad de vida” que proponen los suplementos Countries y Barrios Cerrados de los diarios del sábado. La familia se estableció hace unos años en un country de la zona de San Vicente porque la ubicación era conveniente para el marido de Natalia, que tiene su empresa en la zona.
Pero si indagamos un poco más en lo que significa estar en una zona “en plena etapa de crecimiento” surgen, entre otros, datos como estos: hay escasa oferta de escuelas y no existe servicio de combi para llevar a los chicos.
Y esta falta de opciones en cosas que pueden resultar no prioritarias a la hora de elegir un lugar donde vivir se traduce en rutinas más o menos así:
Todos los días Natalia maneja 35 kilómetros a las 8 de la mañana para llevar a los dos chicos más grandes a la escuela. Regresa esos 35 kilómetros a su casa y al mediodía vuelve para buscar al del medio, que no tiene doble jornada. De paso, le lleva el almuerzo al más grande, a quien la comida del comedor de la escuela no le gusta. Regresa a su casa en el barrio cerrado para almorzar con el del medio y a la tarde vuelve a manejar 35 kilómetros para buscar al más grande. Total: 210 kilómetros por día.
Natalia está atrapada por esa lógica. La rutina se le fue complicando de a poco, a medida que nacieron los chicos y no se le presentan alternativas para cambiar la situación. No tiene necesidad económica de trabajar, y tampoco podría hacerlo con su rutina actual. En medio de todo esto ella se descuidó en lo personal, se despriorizó en pos de una causa que, vista desde afuera, parece ser más bien difusa.
¿Podría resolverse esta situación? Sin alterar el cuadro general (con una mudanza, por ejemplo) y apuntando solo al problema del transporte escolar, se podría lograr simplificar las cosas alterando pocas variables:
- El marido de Natalia, ya que trabaja en la zona, podría llevar a los chicos a las 8 de la mañana y/o buscarlos a las 5 de la tarde.
- Hacer “pool” con otras familias implicaría hacer todo el recorrido solo un par de veces por semana.
- Inventar un servicio de combi con 10 chicos en la misma situación implicaría una mejor utilización del tiempo, e incluso podría ser más económico.
¿Pero por qué no lo hace Natalia? ¿Es masoquista? ¿Es un caso aislado? Una de las respuestas que me doy es que a veces uno no está dispuesto a admitir que necesita más ayuda de la que tiene.
Esta es la introducción a algo que me gustaría desarrollar más adelante, y es que necesitamos crear (o recrear) sistemas de ayuda a través de múltiples fuentes: familiares, vecinos, miembros de la comunidad escolar, organizaciones varias, personal doméstico, baby sitters, servicios de transporte, profesionales de la salud, psicólogos, etc.

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